Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1886 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 9 de diciembre de 1886
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. López Domínguez y al Sr. Romero Robledo
Número y páginas del Diario de Sesiones: 81, 1956-1959
Tema: Interpelación sobre la política seguida por el Gobierno durante el interregno parlamentario

Para descartar el incidente del Sr. Pidal, debo decir a S.S. que nada estaba más lejos del ánimo del Sr. Ministro de Hacienda que atribuirle opiniones que jamás tuvo. Lo que quiso decir el señor Ministro de Hacienda fue, que teniendo el Sr. Cánovas del Castillo, como jefe del partido conservador, la misión de atraer a la Monarquía constitucional elementos que estaban fuera de ella, como me atribuyó a mí la misión de atraer de la democracia elementos que todavía no habían entrado en la legalidad, el Sr. Puigcerver aplaudía el celo con que S.S. apoyaba los propósitos del digno jefe del partido conservador, señor Cánovas del Castillo, ayudándole a traer elementos del carlismo al campo constitucional.

Si por esto se ha podido creer que a S.S. le atribuyó también la opinión carlista suponiendo que lo era, se han equivocado los que esto entendieron. El Sr. Ministro de Hacienda decía que S.S. había ayudado mucho al Sr. Cánovas del Castillo, en este sentido, atrayendo elementos que por afecciones personales, por afinidad, y por otras circunstancias diversas, que yo no debo citar ahora, habían estado hasta entonces fuera de la legalidad constitucional y habían pertenecido al partido que se llamaba ultramontano. No hubo, pues, ánimo alguno por parte del Sr. Ministro de Hacienda de suponer a S.S. opiniones, que en mi concepto, no tuvo jamás, o que al menos yo no se las he conocido.

Y voy a la rectificación, objeto principal del debate de esta tarde, empezando por recordar, porque viene muy al caso, que no hay enemigo pero que un amigo oficioso; y esto es lo primero que tengo que decir al Sr. Romero Robledo. ¿Por qué se extraña su señoría tanto, y se admira más y se levanta lleno de júbilo, al oír que el Sr. López Domínguez ha hecho declaraciones monárquicas? A mí eso no me ha extrañado nada. (El Sr. Romero Robledo: A mí tampoco). Pues entonces, ¿por qué se extraña S.S. de que aquí no hayamos batido palmas cuando el Sr. López Domínguez ha hecho esas declaraciones monárquicas? (El Sr. Romero Robledo: Por la importancia del señor López Domínguez y por las circunstancias. -Rumores). ¿Lo ve S.S.? Eso es una ofensa para el Sr. López Domínguez. (El Sr. Romero Robledo: Para el Gobierno. -Risas). El Gobierno, Sr. Romero Robledo, no ha dudado nunca de las opiniones monárquicas del señor López Domínguez, ni jamás le ha considerado como monárquico circunstancial; de manera que las circunstancias no abonaban ni exigían que el Sr. López Domínguez hiciera en este punto declaraciones bien innecesarias para que todo el país conozca, y sepa la Cámara, que el Sr. López Domínguez es monárquico constitucional. (El Sr. Romero Robledo: Pero yo creo que debía servir de ejemplo). ¿Ejemplo? ¿Para quién? Aquí no lo necesitamos; y sería para el partido conservador, en todo caso, del cual se ha separado S.S., ¿para qué creerán los Sres. Diputados? ¡Ah! para estar con la bandera monárquica en alto, diciendo a todos: "Aquí estoy, en disposición de ayudar a todo [1956] partido, a toda colectividad, cualquiera que sea, con tan que defienda a la Monarquía".

Pero dígame el Sr. Romero Robledo, ¿el partido conservador no ayuda a la Monarquía? (El Sr. Romero Robledo: Ahora, no. -Grandes risas). ¿Ve S.S. cómo no sabe lo que quiere, ni dónde está, ni a dónde va? Porque si S.S. lo supiera, dada la bandera que S.S. ha levantado, nada más que para afirmar la Monarquía, debiera volver, hijo pródigo arrepentido y desengañado, a la casa paterna (Aplausos); porque si no, hace S.S. una ofensa a su partido y al que hasta ahora ha sido su jefe, y S.S. no tiene motivo alguno para eso.

¡Y S.S. tiene el atrevimiento de decir que nosotros somos un peligro para las instituciones! ¡Ah! Su señoría sí que es un peligro para las instituciones, perturbando los partidos y poniendo en duda la adhesión a la Monarquía de partido tan importante como el conservador, de su propio partido y de sus hombres todos. Eso es lo que perturbaría el país y eso es lo que pondría en peligro las instituciones, si su señoría pudiera ponerlas en peligro, que afortunadamente no vale tanto S.S. como para poner en peligro tan altos intereses. (Aplausos).

(El Presidente llama al orden).

Siento que mi distinguido amigo particular (y vuelvo a repetir lo que dije ayer), que deploro no poder añadir que también lo es político, el Sr. López Domínguez, haya tomado tan a mala parte las palabras verdaderamente cariñosas que le dirigí en la sesión anterior. No tenía motivo S.S. para incomodarse conmigo ni para darse por ofendido, porque a pesar de que me trató como sañudo enemigo, yo le consideré como cariñoso amigo; pero, ¿qué quería su señoría, que por lo menos no me hiciera cargo de las cosas que S.S. dijo? Pues no hice más que esto, y por cierto, que no ataqué a S.S. por todo lo que manifestó, que era muy grave; lo que hice simplemente fue lamentarme de que lo dijera una persona como S.S., en primer término, porque S.S. tiene importancia, sobre todo con respecto al punto que trataba, y después, porque yo quiero bien a S.S., y en mi opinión, mejor que S.S. me quiere a mí. Y la razón es obvia: yo siempre he querido tener a S.S. a mi lado, y S.S. no ha querido estar conmigo; lo estuvo algún tiempo, pero después se separó y yo echo siempre de menos a S.S., mientras que a S.S. no le sucede lo mismo, puesto que no ha querido volver a mi lado. Y por todo esto me lamentaba yo de que su señoría hubiera dicho ciertas palabras, a las que tenía que poner el correctivo que exigen el puesto que ocupo y mi propio convencimiento.

Su señoría dijo que en efecto el movimiento del 19 de septiembre pudo tener por causa el no haber cumplido y ampliado este ni el anterior Gobierno las reformas que S.S. inició. Ahora asegura S.S. que no dijo eso; pues voy a leer al Congreso las palabras mismas del Sr. López Domínguez, y se convencerá su señoría de que estaba en mi derecho contestando lo que contesté, y que todavía pude y debí hacerlo con más energía, desde este puesto sobre todo, cuando se trataba de un Diputado que, además de serlo, lleva dos entorchados en la boca-manga. Decía así el Sr. López Domínguez:

"¡Ah, señores! Si yo pudiera posponer los deberes del patriotismo a los sentimientos de amor propio, acaso podría vanagloriarme en el día de hoy, acaso podría deciros que el no haber atendido, que el no haber continuado, completado y perfeccionado aquel plan de reformas que yo inicié, y que tanto me habéis criticado, haya contribuido más que nada por la falta de la interior satisfacción, a los tristes, tristísimos sucesos que hoy deploramos". (El Sr. López Domínguez: Y me ratifico). Si S.S. no lo quiso decir, me doy por satisfecho. (El Sr. López Domínguez: No, no; es lo que he dicho). Pues esto y lo que yo dije es lo mismo exactamente, o yo no entiendo el castellano. (Aprobación).

No; no se pude decir esto sin hacerse responsable de aquellos tristes sucesos; porque si esa suposición atrevida fuera verdad, no sería el Gobierno responsable, sino el Sr. López Domínguez que inspiró ciertos alicientes al ejército, ofreciéndole algo que los demás Gobiernos no han podido cumplir. (Muy bien. - El Sr. López Domínguez: Yo no he ofrecido nada al ejército; cuando yo hice las reformas, no las había ofrecido). Diga S.S. ahora lo que quiera, está demostrado que no hice nada de más con protestar contra esas palabras, y con afirmar que los que salen del cuartel al campo o a la calle, proclamando la República federal y, con dos ascensos en el bolsillo, no se acordaban de las reformas de S.S., que ni siquiera seguramente conocerían, porque en esas reformas me figuro yo que no estarían la bandera de la República federal, ni los dos ascensos que llevaban en la mano. Ya ve el Sr. López Domínguez como no hay motivo para incomodarse conmigo, suponiendo que le había imputado ofensivas; no, yo no he imputado a S.S. nada que no sea exacto; lo único que he hecho ha sido leer sus propias palabras.

Pero dice el Sr. López Domínguez: la prueba de que las reformas pueden haber influido en la insurrección del 19 de septiembre, está en que a raíz de la insurrección ha procurado el Gobierno atraerse al ejército con esas mismas reformas. ¿No sabía el señor López Domínguez que antes de que ocurrieran los sucesos del 19 de septiembre estaban, en su mayor parte, estudiadas y redactadas las reformas que se han realizado y otras que vendrán? ¿Lo ignoraba S.S.? No, no lo podía ignorar, porque antes de los sucesos de septiembre fue llamado S.S. por el Sr. Jovellar, precisamente para pedirle su opinión sobre esas reformas que ahora se han planteado. (Bien. -El Sr. López Domínguez: No es exacto. -El Sr. Ministro de la Gobernación: Lo ha dicho S.S. -El Sr. López Domínguez: Fue para otras). Para estas y para otras que iremos trayendo; fue para la ley de ascensos, para la de recompensas y para otras reformas que se proyectaban; para todas fue llamado el Sr. López Domínguez al Ministerio de la Guerra; y se estaban preparando esas reformas cuando llegaron los acontecimientos causa, motivo ni ocasión de las reformas que, antes de esos acontecimientos, sabe el Sr. López Domínguez que se estaban estudiando, y que se hallaban muy adelantadas.

No quiero hacerme cargo de aquella expresión del Sr. López Domínguez, cuando decía que el Gobierno había denigrado al ejército. ¿En qué, cuándo, ni cómo el Gobierno ha denigrado al ejército? ¿Es que su señoría [1957] supone que el Gobierno no tiene al ejército tanto amor como S.S.? ¿Qué significa eso de decir que el Gobierno ha denigrado al ejército? Yo no me contento con protestar contra esas palabras, creyendo que son más que resultado de la convicción del Sr. López Domínguez, fruto de la improvisación. (Muy bien).

Pero vamos a la unanimidad de pareceres en que se encuentran los dos jefes, civil y militar, del grupo de la izquierda. Y esto de que a nosotros no nos importa nada lo que piensan y dicen los dos jefes de ese grupo, me hace mucha gracia. ¡Si vosotros no habláis de otra cosa que de los jefes de los partidos! ¿Es que queréis arrogaros un derecho que a nosotros nos negáis? Lo que yo he dicho, en uso de mi derecho y sin ofensa para ninguno de los dos jefes, es, que los dos están a la misma altura, el uno en la parte civil y el otro en la parte militar. Lo que he afirmado después es, que era extraño que los dos individuos que dirigían esa agrupación no estuvieran de acuerdo, y que era extraño eso, porque si además de ser pocos, no estáis de acuerdo, podía yo repetir aquella expresión de que SS. SS. son pocos y mal avenidos. (El Sr. Montilla: ¿Y cuál es el jefe militar de la mayoría? -Rumores).

El Sr. López Domínguez se ha empeñado en demostrarnos esta tarde que está completamente de acuerdo con el Sr. Becerra, y que el discurso que él pronunció anteayer es perfectamente igual al discurso del Sr. Becerra, y a los que han pronunciado otros individuos de ese grupo. Yo siento no estar conforme con S.S.; y si tuviera tiempo bastante, si no fuera porque no debo molestar con exceso la atención de los Sres. Diputados, os demostraría que apenas hay un párrafo del discurso del señor general López Domínguez que esté conforme con el párrafo que se trata del mismo asunto en el discurso del Sr. Becerra.

Pero además, Sr. Becerra ¿qué partido es ese que permite a uno de sus individuos, siquiera sea tan importante como el Sr. López Domínguez, fraguar una especie de complot, para ir buscando individuos y jefes de otras colectividades, con el fin de ponerse de acuerdo con ellos para derribar al Gobierno, y luego plantear o no plantear el sistema político o los principios políticos del grupo a que S.S. pertenece? ¿Ha dicho en alguna parte el Sr. Becerra, que uniéndose con el Sr. Romero Robledo, por cuestiones de orden público o por otra clase de cuestiones, había que prescindir de las reformas políticas que constituyen la bandera del grupo en que S.S. milita? ¿Lo ha dicho S.S.? ¿Lo admite S.S.? Bueno es que lo sepamos. ¿Qué es esto? ¿Qué significa esto? Que al Sr. López Domínguez le sorprendieron los acontecimientos de septiembre en el extranjero. ¡Así los ha abultado tanto, leyendo aquellas Memorias alemanas, que por lo visto, como estaban en alemán, no las entendió bien! (Risas).

¿Qué es si no lo que le hace venir precipitadamente a Madrid y que le hace venir tan deprisa, que no se entera de que no había esas alarmas, ni esos peligros de que S.S. nos ha hablado con espanto, y que le permite, sin contar con sus amigos, con sus subordinados, si queréis (pues ya es el jefe reconocido, como ha dicho esta tarde) conferenciar primero con el señor Romero Robledo, muy afín de S.S., y después con todos aquellos que S.S. creyó que estaban disgustados con el partido liberal? ¿Qué complots son esos? ¿Qué intrigas políticas son esas? ¡Así no se hace la política, Sres. Diputados! esa no es manera de hacer, como se dice, política digna de la alta personalidad de S.S. El Sr. López Domínguez vino ciego; creyó que el Gobierno se iba a marchar y dijo: de cualquier modo al Gobierno, con el Sr. Romero Robledo. (Risas. -Muy bien).

De manera, Sres. Diputados, que ahora ocurre en la política española lo más extraño que yo he visto en mi vida en la política de ningún país. El Sr. Romero Robledo se separa del partido conservador; cree que vienen momentos difíciles para la Monarquía, y dice: para defender la Monarquía, me voy con el general López Domínguez, en vez de volverse como parecía natural, con el partido conservador. El general López Domínguez, a su vez, cree ver también peligros para la Monarquía, y exclama: me voy, ¿con quién? con el Sr. Romero Robledo, en vez de venirse con el partido liberal, su afín, que vale más que el grupo que capitanea el Sr. Romero Robledo.

Esto no es formal, esto no es serio; porque, en último resultado, han escogido, tanto el Sr. Romero Robledo como el Sr. López Domínguez, una fórmula muy cómoda. El Sr. Romero Robledo levanta una bandera en que no hay principio ninguno. Habla solamente de la Monarquía constitucional y de los altos intereses sociales, y dice que está dispuesto a ayudar a todo el que defienda la Monarquía constitucional. Señores, ¿qué español, que sea monárquico, no está dispuesto a hacer eso? Y dice también el Sr. López Domínguez: Monarquía constitucional y los intereses sociales, y estoy dispuesto a ayudar a cualquiera que los defienda, y si es necesario a recoger las reformas guardándolas para mejor ocasión. De manera, que mientras el Sr. López Domínguez vea que hay el peligro más pequeño para el orden público o para las instituciones, no llegarán las reformas de la izquierda.

¿Opina también así el Sr. Becerra? Pues yo le aseguro de antemano que no, que no opina así, porque un íntimo amigo suyo, en otro sitio, nos hacía no hace mucho tiempo una oposición tremenda porque, a pesar de lo que ha ocurrido, no íbamos pronta y rápidamente a las reformas. (Bien).

A mí me es igual, pero es necesario que nos entendamos; a mí me es igual que vivan unidos o que vivan separados los que forman la izquierda y los disidentes del partido conservador; pero bueno es que lo sepamos, bueno es que se sepa quién se ha unido a quién, evitando de este modo que estemos en duda y con un programa vacilante a la vista, porque ya la izquierda no tiene más que un programa condicional, que cumplirá cuando todo esté muy tranquilo, muy asegurado, cuando no haya peligro ninguno para el orden público; y como ha de ser la izquierda la que decida cuándo hay o no hay esos peligros, siempre habrá de resultar que dependerá de su voluntad el hacer o no hacer las reformas que tanto guardan y con tanto cariño defienden, cuando por nimiedades respecto a ellas no están ni a nuestro lado.

¿Queréis continuar así? Pues continuad; pero no andéis en esos cabildeos con los disidentes del partido conservador, cabildeos que no os hacen favor ni a los unos ni a los otros.

Cada cual sostenga su bandera. (El Sr. Romero Robledo pide la palabra). Si el Sr. Romero Robledo tiene disgustos con el partido conservador, sepa que el partido [1958] conservador defenderá la Monarquía; y aunque yo no diré que sea peor o mejor defensor de la Monarquía que el Sr. López Domínguez, sepa, a lo menos, que será tan sincero defensor de la Monarquía como el propio Sr. López Domínguez, y que, además, la podrá defender mejor porque tiene más elementos en su seno para hacerlo. Si esa es la bandera de su señoría, vuelva al partido conservador, del cual, por lo visto, no ha debido separase jamás.

Y lo mismo les digo a los de la izquierda. ¿Sostenéis vuestros principios y vuestro programa? Pues mejor los habéis de realizar con nosotros que sin nosotros, y sobre todo, mejor los realizaréis con nosotros que con el Sr. Romero Robledo. Venid, pues, con nosotros hasta que llegue el caso de manifestarse la pequeña diferencia que nos pueda separar, y entonces podréis defender vuestras opiniones y sostener vuestros ideales con entera independencia, y allá veremos si nos convencéis o si nosotros tenemos la suerte de convenceros. (Muy bien).

Esto es lo único que puede contribuir a que haya aquí partidos serios y formales, y esto es lo único que conviene a las instituciones que tan en boca tenéis a cada paso, y que valiera más las defendieseis menos con los labios y más con vuestras obras, ayudando a los partidos que verdaderamente tienen tradición, historia, merecimientos, servicios y elementos de vida para ser de los unos y de los otros respetados.

Yo no he abultado los peligros que pudieron ocurrir por la muerte de nuestro malogrado Rey, ni tengo necesidad de abultarlos, porque ellos, con su verdadera importancia, se desprenden del mismo acontecimiento; y en las circunstancias en que ocurrió, ya sabe el Sr. López Domínguez que, en efecto, surgió por todas partes el temor a grandes peligros que todo el mundo entonces veía. Después, tampoco exageré la situación en que quedaron las cosas, ni los servicios que se hayan podido prestar, ni la situación en que nos encontramos, comparada con la que todo el mundo esperaba; porque al fin y al cabo, el saldo que yo ofrecí anteayer al Congreso, y que su señoría no se ha atrevido a rectificar, porque es verdadero, ese saldo no se lo atribuí al Gobierno, ¿cómo había de hacer esto? El resultado glorioso, puede decirse así, que hemos obtenido, mucho más comparado con lo que se esperaba, no es debido sólo al Gobierno, no; se debe, en primer lugar, a la Reina Regente; se debe, después al patriotismo, que, con ligeras excepciones, han tenido los partidos; se debe a la lealtad de la inmensa mayoría del ejército español, y se debe a la sensatez del pueblo.

Pero, Sres. Diputados, algo se ha de deber al Gobierno, porque no me parece justo que no le deis participación más que en lo malo, y se la neguéis en absoluto en lo bueno. (Risas). Pues con esa participación sólo, por pequeña que sea, me conformo y me contento; y dad esa participación, yo pregunto, y me dirijo a todos, para que contesten puesta la mano en su conciencia: ¿se esperaba más a la muerte de Don Alfonso XII? ¿Se esperaba ni siquiera tanto? Pues ésta es mi defensa: si no se esperaba más, ni siquiera se esperaba tanto, ¿de qué nos quejamos? ¿Dónde están esos peligros y esos abismos sin fondo que ve a cada momento el Sr. Romero Robledo? ¿Dónde están esos peligros que no hayan existido antes? Ya sé que los hay, pero son los mismos que ha habido siempre, y en realidad, no los hay hoy mayores que otras veces, aún antes de la muerte del Rey y aún en las épocas más bonancibles, más serenas y más tranquilas. ¿Por qué, pues, esas exageraciones y esos pronósticos fatídicos? ¿No ve el Sr. Romero Robledo, cómo se pierde su voz en el vacío? ¿No ve que nadie le hace caso? (Risas). ¿No ve cómo prospera la riqueza nacional y cómo el crédito de la Nación aumenta? (El Sr. Romero Robledo hace signos negativos).

Siento que el Sr. Romero Robledo niegue la exactitud de estas mis últimas palabras, porque parece denotar que no vive en este país, toda vez que niega que el crédito de la Nación ha aumentado. (El Sr. Romero Robledo: El crédito no es la riqueza). Para su señoría tal vez. El crédito de la Nación ha crecido, porque recordará el Sr. Romero Robledo, que a la muerte del Rey, aunque no había esos peligros tan grandes que S.S. niega, resultó que el crédito de nuestros valores bajó al 51 por 100 de un golpe, baja que no se comprende, sino había peligro alguno; y, en cambio, hoy está cerca del 68, altura que no ha alcanzado jamás en este país; y esto me parece a mí que significa algo. (El Sr. Romero Robledo hace signos negativos). Si no significa nada para S.S., lo siento por S.S., pero a mí me significa bastante más que la voz melodramática del Sr. Romero Robledo, anunciando para este país el juicio final. (Risas).

Tampoco es cierto, Sr. López Domínguez, que yo me apresurara, con impaciencia notoria, a tomar el Poder el día triste de la muerte de Don Alfonso XII. No; yo no me apresuré entonces bajo ningún concepto, y menos a tomar el Poder por el Poder; en todo caso pude sentir la impaciencia del honor, porque este puesto entonces era un puesto de honor, y yo no lo podía rechazar. Pero ¿demostrar prisas censurables? ¿Dónde estuvieron mis prisas? ¿Si todavía resulta que fui llamado al Pardo y pedí permiso para no ir en el acto, y esperar a que S. M. la Reina viniera a Madrid? ¿Dónde están, pues, las impaciencias para tomar el Poder? Yo no sé si hubiera procedido S.S. lo mismo, y temo que no, a juzgar por lo que ha hecho ahora, asegurando que este Gobierno está insepulto y dándose prisa a llamar a las puertas de los que cree despechados y descontentos, y de los que no tenían sus mismas opiniones políticas, para venir a heredar a este Ministerio. Yo no tengo prisa, Sr. López Domínguez; esto por lo visto se queda para S.S.

No tengo más que decir. (Aprobación de la mayoría). [1959]



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